jueves, 24 de mayo de 2012

Bucarest (parte 2)

No sé si era porque estaba cansado del día tan ajetreado que había tenido, o porque intenté no pensar en la final, pero dormí como un bebé, es decir, me desperté temprano y ya no pude dormir más. Al poco sonaba el despertador; 7:15 de la mañana para poder desayunar tranquilos puesto que las mochilas ya estaban hechas de la noche anterior. Bufanda, camiseta, bandera... Todo listo para pasar un día intenso fuera de casa.

Habíamos quedado en el barrio de las letras para ir hasta el aeropuerto en coche, dejarlo en el parking de bajo coste y así al volver poder llegar rápido a casa, ya que estaríamos cansados. Y allá fuimos. En el coche sonaba una y otra vez el himno de Sabina a todo trapo, mientras una bufanda asomaba por la ventana. Conversaciones de nerviosismo. 
Yo iba callado, tenía sueño, nervios y miedo a la vez. Empezaba un día, tantas veces esperado, que me pilló con la novatada.

Llegamos al aeropuerto sobre las 9:30 de la mañana, los de “Viajes El Corte Inglés” estaban más histéricos que nosotros, parecía que íbamos a la ópera en lugar de al fútbol. Nos dieron unos planing del día, el número del autobús que nos esperaba en Bucarest e informaciones varias que apenas miramos. A lo tonto, quedaba poco para embarcar y una cola rojiblanca bajo una pantalla que decía “Bucarest” nos marcaba el camino. Cómo estos viajes son un poco atípicos, los asientos no están asignados y una vez entras debes buscarte las habichuelas. Nosotros, que estábamos delante gracias a que parte de la expedición que éramos llevaba allí rato haciendo cola (Los hermanos Padín), pudimos sentarnos en la salida de emergencia y así poder ir más anchos que los demás.

Aquí quiero comentar el punto negro del viaje, todos sabemos que cuando uno va a estas finales, va a pasárselo bien, vivir la experiencia y disfrutar, y porque no, tomarse alguna copa de más en caso de victoria. Pues bien, los compañeros de avión en la ida, las copas las llevaban de casa y una vez dentro de la terminal, siguieron bebiendo hasta protagonizar un capitulo bochornoso, llegando a intentar fumar en el lavabo del avión e insultar a una azafata, que, gracias a los intermediarios de los organizadores del viaje, reconsideró la opción inicial de avisar a las autoridades rumanas para que tomaran medidas al llegar a tierra. Esos son actos totalmente denunciables por toda la afición.

Una vez allí, la bajada del avión y la caminata por la terminal fue de piel de gallina. Se notaban los nervios colectivos. Ya estábamos allí, ya no había macha atrás, quedaba poco, muy poco para ver al Atleti en una final europea. Aún y así, pese a la mala organización con los autocares que en vez de dejarnos en el centro nos dejaban en el estadio y de allí, otro autobús nos dejaba en el centro en la “fan zone”, (el caso es que si hubiéramos aterrizado a las 9 de la mañana, no hubiera habido problema, pero haciéndolo a las 3 de la tarde, todo lo que puedas ahorrar de tiempo es bienvenido) estábamos allí.

Total, pisábamos la “fan zone” a las 4 de la tarde y aún teníamos que comer. Ahí se dividió el grupo, unos nos fuimos a una pizzería y los otros a comerse un codillo a un buen restaurante. El servicio, un poco el esperado, tenemos la costumbre de quejarnos siempre del país en el que uno vive, y la verdad, es que el servicio en este país, ojo que hay de todo, es bastante más bueno que en el de Bucarest, por lo menos en el de la pizzería que nosotros fuimos, eso sí, las pizzas estaban de muerte, bueno, o eso, o es que estábamos ya en el alambre.

Para cuando el grupo volvió a unirse, ya estábamos subidos en los buses lanzadera hacia el estadio. Quizás uno de los mejores momentos que se vivió aquel día. Unos 100 atléticos dentro de un autobús camino a una final. Se cantó, se coreó y se lió de todo y para todos. Fueron los mejores 20 minutos del viaje. Incluso, después de llevar un rato allí dentro liándola muchísimo, nos dimos cuenta de que en un asiento había un aficionado del Athletic de Bilbao que junto con su hermano colchonero habían ido a compartir la final juntos. Hablamos con él y se lo estaba pasando bien, nos confesó que “yo soy de toda la vida del Athletic, pero mi hijo, por culpa de su tío me ha salido colchonero”. Cómo era evidente, ese tío, se llevó una soberana ovación. La gente que iba caminando hacía el estadio, se acercaba al autobús a picar en los cristales en forma de ánimo colectivo. Bajamos del autobús y allí estaba el estadio. Sólo quedaban minutos para tomar asiento, ¿nervios? Un poco, tirando a bastante.


Nos paramos de camino en un stand de la UEFA  a comprarnos la bufanda oficial de la final, era bonita  y esas cosas, hay que guardarlas, no sólo en la retina, por lo que pueda pasar. Pasamos las medidas de seguridad del estadio. Eran dos; una donde te hacían dejar las bebidas y otra donde te cacheaban la bolsa y te hacían enseñar la entrada, pequeño momento de caos antes de levantar la cabeza y vernos enfrente un estadio espectacular, nada acorde con la ciudad, con unas infraestructuras impresionantes y que nos dejó, aunque parezca mentira, sin palabras por un momento. Como refleja la fot, nuestras caras antes de entrar son una mezcla de, nervios, tensión, alegría y emoción.
Subimos las escaleras del estadio, picamos la entrada y al asomarnos al estadio, algunos ya llorábamos, los nervios salían por donde podían, estábamos en una final europea y ahora ya sí, nos lo debíamos de creer. Buscamos nuestro sitio y allí nos sentamos a esperar que el árbitro diera el pitido inicial y empezáramos a disfrutar.

CONTINUARÁ...

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